Lilian Villegas Palavecino (60) es una vecina y dueña de casa en Quinta Normal, Región Metropolitana. Ella, hace dos años comenzó a manifestar una condición particular: pérdida de audición. Tras un tiempo de espera, asistió a un chequeo médico y le entregaron su diagnóstico: Hipoacusia sensorio-neural bilateral leve.
Villegas recuerda el inicio de esta situación: "Hace como dos años empecé con que no escuchaba bien y me hablaban y no entendía lo que me decían, no escuchaba. Me tenía que acercar mucho y lo otro es que hablaba muy fuerte, básicamente a gritos porque pensaba que no me escuchaba. Como yo no escuchaba, pensaba lo mismo. Así que me hice unos exámenes y todo y me salió que tenía problemas auditivos y ahí me dirigí al IRV y me hice el audífono".
El 20 de septiembre Lilian recibió y empezó a usar su audífono para sordera. Esto marcó un antes y un después en su vida. Pero no fue fácil llegar a esto, porque ella -nos confiesa- es "muy pretenciosa", por lo que evitaba adquirir los aparatos fonoaudiológicos. Esto causó una gran frustración en ella y una serie de dificultades cotidianas: "Yo me aislaba un poco y bueno, yo soy buena para hablar. Y como no me entendía, como yo decía: “¿Qué?”, como no escuchaba se enojaban. Me decían que tenía que usar audífonos. Es algo que uno no quiere pero hay que hacerlo".
A lo que ella agrega: "Fue un poquito frustrante, incluso tuve que entrar con psicólogo y estoy con psiquiatra. No quería porque decía que cómo iba a estar tan sorda y no podía entenderlo, pero ahora que uso el audífono entiendo. Es impresionante escuchar y que a la vez te escuchen", comenta la vecina de Quinta Normal.
Para ella resulta un poco evidente el tema de su frustración, porque: "cómo tan pronto podía estar tan sorda", exclama. Pero fue demasiado, sobre todo, para sus seres más cercanos, como su hija, quien le reprochaba que no gritara para conversar, a lo que ella respondía: "Pero si yo estoy hablando le decía". Fue tanto que tuvo que ir al otorrino, quien le entregó su mencionado diagnóstico.
A raíz de esta situación Lilian también comenzó un tratamiento psicológico y ahora cuenta con más herramientas para sobrellevar su frustración, pero antes: "Me encerraba en mí misma nomás. Trataba de hacer cosas que a mí me gustaran. Por ejemplo, a mí me gusta tejer, entonces me ponía a hacer eso. Porque la tele no la escuchaba o le tenía que subir el volumen, entonces yo prefería no ver. Ahora no, porque escucho súper bien, en la noche cuando me voy a acostar pongo la tele un rato y escucho y no molesto a nadie con el volumen", explica Villegas.
EL CAMINO PARA RECUPERAR LA AUDICIÓN
Como suele ocurrir en los casos de pérdida auditiva, las implicancias para interactuar con otras personas son tanto a nivel privado como público. Lilian reconoce que en su casa la "criticaban" el hecho de no escuchar bien y que cuando tenía que realizar trámites lo "pasaba mal": "No escuchaba y decía: ´Dígame, no le entendí´. A veces me repetían 2 o 3 veces. Cuando iba al banco me costaba. Y no entendía. Eso era lo más terrible, que me hablaban y yo veía que una boca se movía pero no entendía, yo sentía el sonido pero no comprendía lo que me estaban diciendo y eso era lo que más me molestaba. No podía hacer nada, no preguntaba nada", comenta la usuaria del IRV.
Para salir adelante Lilian contó con el apoyo incondicional de sus hijos, quienes la incentivaban constantemente a que perdiera el miedo y se atreviera a comenzar la terapia fonoaudiológica. Esto tuvo sus frutos, porque hoy ella escucha estupendamente. Es más, aún recuerda cómo fue el momento exacto de volver a escuchar: "Para mí fue maravilloso. Escuchar los sonidos, el viento, estaba en el piso 25 entonces escuchar el ruido que había. Yo eso no lo escuchaba. Después salir a la calle, escuchar las voces".
"Como que es un mundo diferente -continúa Lilian-. Lo que pasa es que cuando uno está así, se aísla. Se siente sola. Uno escucha todo lo que pasa alrededor tuyo. A mí me pasaba que yo estaba en un grupo y no tenía idea de lo que hablaban. Yo veía que movían la boca pero, no entendía. Y estar preguntando: “¿Qué dijiste? ¿Qué?”. No es bueno ni para uno ni para la otra persona que está hablando porque no voy a estar repitiendo a cada rato lo mismo", termina por rememorar.
EL IRV: UNA AYUDA ESENCIAL PARA VOLVER A ESCUCHAR
"Me siento bien. Me levanto, me pongo audífonos y funciono súper. Es como si toda la vida los hubiese tenido", declara Lilian. Lo que gatilló la decisión de adquirirlos tuvo una raíz familiar, pues sus hijos le pusieron un punto final: "me dijeron, ´ya mamá, córtala. Anda a ponértelos de una vez por todas", y hasta el día de hoy, según indica ella, "está agradecida" de la atención que le brindó el Centro Auditivo IRV de Providencia.
Uno de los aspectos que más se ha beneficiado en su rutina es su capacidad de expresión: "Lo más importante es que uno escucha bien y se puede expresar. Hablo más despacio, no estoy hablando tan fuerte. Me siento cómoda, me siento bien. Es agradable escuchar los sonidos, es tanto a veces lo que tú no escuchas que ni siquiera escuchas a los pajaritos ni nada", dice la usuaria del IRV Providencia.
Ahora, lo que más disfruta escuchar son sus "pasos". También a los niños y de alguna forma el bullicio: "O escuchar al salir el ruido, el bullicio, es agradable. Porque lo escuchas, eso es lo que me gusta. Uno no se da cuenta el bullicio grande que hay afuera. Sobre todo, cuando tú vas al banco o a un lugar hay harta gente y cuando no escuchas bien no sientes ese bullicio".
De hecho, hace poco tiempo tuvo que ir al consulado con su hija y le dijo a ella: "¡Oh, escucho todo!", a lo que le respondió: "Sí, así es mamá". Tuvo que bajarle un poco el nivel de volumen a su audífono para evitar la molestia del murmullo callejero.
Actualmente, Lilian disfruta de una excelente audición y su opinión respecto del IRV es bastante favorable: "Sí, a mí me gustó. Y yo lo recomiendo. Son buenos los audífonos, me gustaron, son cómodos, muy adaptable a tu oído. Las personas que me han atendido son muy amables que eso también es importante porque a donde tu vas quieres ser escuchado. En otros lados no pasa eso. Me han enseñado. Y lo más importante, como que yo me puse los audífonos y sentí que eran míos. No sentí ningún problema, nada, no me han molestado. Todos me dicen que no se notan nada mis audífonos. Se siente como más cercano, no hay una apatía. Son amables para atenderte y te explican muy bien", señala.
Además, "el precio fue accesible" dice Lilian, pues ella había cotizado en otros lugares y le resultaban "muy caros. Incluso mis hijos me dijeron que no me preocuparan que entre todos me ayudaban, pero eran muy caros. Uno tampoco puede abusar de sus hijos". Ella confiesa que sabe de un adulto mayor que adquirió un audífono por casi 3 millones de pesos y que "ha tenido muchos problemas con este. Yo había visto uno que costaba 1 millón 200 mil pesos, uno solo".
En cambio, según expresa, en el IRV su experiencia ha sido diametralmente distinta: "Y acá no. Incluso mi papá me ayudó y me pagué los audífonos. No me salieron caros. Me compré al tiro las pilas, que me duran más de una semana. Yo he ido varias veces porque yo he llevado a mi papá. Él se los puso antes. Mi papá está con un audífono y ahora vamos a poner otro", termina por comentar.
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